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Museo Emilio Caraffa - Cordoba - Argentina - Ago18





LA TREGUA

La fotografía de André Nacli se desarrolla a partir del litigio entre la cultura y la naturaleza; una tensión no planteada en términos de dialéctica conciliadora, sino en clave de diferencia. El ser humano se desmarca del medioambiente y se opone a él mediante diversos enfrentamientos que tienen resultados contingentes y desiguales: alianza o destrucción, capitulación, revancha, creación de terceros espacios o pura marcación de límites. La cultura cuenta con expedientes distintos para elaborar su vieja pugna con la naturaleza; la producción de imágenes es uno de esos expedientes; la construcción arquitectónica es otro.
El encuentro con la naturaleza asume el doble sentido de coincidencia y conflicto. La obra de Nacli maneja ambos. Por un lado registra paisajes que se levantan, imponentes, ante la mirada, preservando su distancia y conservando su plenitud. Por otro, se refiere a la invasión llevada a cabo por la cultura que hace retroceder la línea del horizonte de una naturaleza cuyos bosques, aguas y tierras se repliegan. Pero hay un tercer momento que menciona cierto desagravio del ecosistema, que avanza, amenazante, para recuperar sus derechos avasallados e imponer la fuerza de sus ciclos vitales. En esos casos, los árboles y las piedras, el infinito horizontal del agua quieta o la potencia de las olas que regresan a la tierra recuerdan el talante de un medioambiente que se afirma ante la diminuta figura humana e irrumpe en sus lugares o en las ruinas de sus construcciones.
Por un lado, la omnipotencia de la cultura humana que sojuzga la naturaleza y le obliga a someterse a sus objetivos. Por otro, la insignificancia y la vulnerabilidad del sujeto ante la desmesura de un planeta que es, primordialmente fuerza viva, naturaleza. Acá nos encontramos cerca del concepto kantiano de “sublime”, basado justamente en el caso de fenómenos naturales desmedidos, inabarcables por ninguna forma, indomables en su impulso vital; inatajables en su energía generadora o destructiva.
Por eso la fotografía de Nacli no permanece en la pura descripción de paisajes potentes; sus imágenes sugieren el antagonismo antiguo entre la creación y el deterioro; entre la potencia de la materia y la finitud que marca el tiempo. La naturaleza es sometida al designio humano pero, en parte, se rebela contra él: indómita, reconquistando sus espacios, resistiendo a la cultura tecno-instrumental, menguando sus esplendores y sus frutos.
Pero este esquema no sigue el destino forzoso de la tragedia: la propia mirada humana es capaz, si no de revertir, sí por lo menos de reducir la adversidad del vínculo entre el hombre y su entorno. La fotografía recorta, fragmenta, se aleja para presentar todo lo que cabe en la mirada, se acerca para analizar el detalle, el vestigio o la huella de la selva o del mar en retirada. La fotografía de Nacli no sólo presenta los espacios inmensos de una selva intacta, sino los indicios de una escena amenazada por la extinción de especies, por la devastación del hábitat, por la contaminación y el saqueo de los recursos ambientales.
Hay otra salida ante el fatalismo del edén perdido: la construcción de espacios mediadores, la arquitectura que inventa obras abiertas al paisaje, las ciudades que conviven con sus pinos con los que litigan el terreno con cierta gentileza: con toda la que puede ofrecer una civilización insaciable.

Ticio Escobar
Julio de 2018



 
ANDRÉ NACLI
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